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Francisco Lahti, el autor


Encuentro entre argentinos y chilenos en los Andes.





Fotos:
Francisco Lahti


Un argentino-finlandés
en los Andes:

Reportaje


Octavo Cruce de los Andes por San Juan
Por Francisco Lahti

Mi nombre es Francisco Alberto Lahti. Nací en Buenos Aires, Argentina, hace 30 años, aunque nunca aprendí a vivir allí. Apenas sobreviví hasta escapar de la gran ciudad, con dos décadas en mi valija, hacia el interior del país para calmar mi espíritu. O al menos intentarlo.



Al límite

Jinetes inexpertos, costillas rotas, deshidratación, falta de oxígeno. Nada impidió seguir la huella del General San Martín y volver para contarlo. La cocina gourmet de los gendarmes, el hijo del famoso, la perra todo terreno y el sexo fuerte en las alturas.

El equipo está listo. El periodista no tanto. Uno no se siente preparado hasta que empieza a desandar la huella que en 1817 llevó al General San Martín y a su ejército de miles de hombres hasta la victoria, siempre.

“Hazaña superadora de las de Napoleón o Aníbal”, según repite Edgardo Mendoza, historiador sanjuanino que junto al Mayor Claudio Monachesi, escribió el libro “San Martín y el Paso de Los Andes” en el que fundamenta el paso del Libertador por San Juan hasta llegar a triunfar en la Batalla de Chacabuco, hito fundamental en la liberación chilena de la corona española.

Organizado por el Gobierno provincial, Gendarmería y Ejército, el Cruce de los Andes en su octava edición, logró unir. Reunir. Gendarmes, periodistas, soldados, políticos, diplomáticos, baqueanos, un niño y una perra. Todos con un mismo objetivo, sin diferencias, con solidaridad y hasta con un rescate de película en plena Cordillera.


I
Odisea andina 2012

(“Ahora vamos con teléfono satelital y calentamiento global a favor, San Martín iba con señales de humo y mucho más frío que ahora”, frase de un Gendarme antes de iniciar la travesía)

Tras charla de recomendaciones y asado de camaradería en el Escuadrón 26 de Gendarmería en Barreal, el grupo inicia la marcha el 8 de febrero en la mañana. Según la disponibilidad de animales, en mula o a caballo, desde la Estancia Los Manantiales.

El clima soleado y caluroso acompaña el tramo inicial hasta que un grito rompe la calma. “Ayudaaaa, ¿qué hagooooo?”, exclama la periodista a voz en cuello hasta besar el piso sin querer, mientras su caballo desbocado huye sin control. Una inyección y continúa el viaje.

A las dos horas, después de superar los primeros miedos, una escala para almorzar la vianda que entrega Gendarmería: sándwich de milanesa, manzana, pasas de uva, caramelos, naranja, agua saborizada, descanso y a seguir. Quedan tres horas. Algunos dicen que falta menos para que la cabeza no empiece a jugar en contra.

La frase suena antes de salir y después de llegar: “la montaña saca lo mejor y lo peor de las personas”. La dicen los que saben y los que no, la repiten por las dudas, como si fuera un mantra que nadie entiende hasta que uno de los 137 expedicionarios que parecía tan pacífico, empieza a gritar: “Ojalá que el que se llevó la mula 40 se caiga y se rompa la cabeza, hijos de puta, no pueden ser así”, vocifera desencajado en la zona conocida como Trincheras de Soler. Allí está el primer refugio con baño y cocina: Las Frías, inaugurado el año pasado. Con temperaturas nocturnas de entre 0 y 10 bajo cero, no cuesta entender el porqué del nombre y agradecer su existencia. Diez minutos después, la mula 40 aparece. Se había ido cerro arriba, quizás huyendo de la espontánea aparición del Mr. Hyde del expedicionario.

A causa de dos caídas por cinchas mal ajustadas, quien escribe sufre un fuerte golpe en el brazo izquierdo y varios raspones. No había espacio físico para volver a montar entre cerro y precipicio. Llego a pie al refugio llevando a la yegua, bautizada Blanca Cota por su practicidad a la hora de elegir el menú diario, a base de los primeros pastos verdes que encontrara en su camino y regado con apurados tragos de vertientes cordilleranas.


II
El sexo fuerte

(“No te sientas vencido, ni aún vencido”, Pedro B. Palacios – Almafuerte)

El paso lento de los equinos da lugar a las charlas freudianas. Cuenta el embajador chileno en la Argentina, Adolfo Zaldívar, que de chiquito sus padres lo mandaban a la montaña con otros niños para educarse. Por eso menciona la “cultura cordillerana”, hace hincapié en “los límites a los chicos” y no deja de resaltar a la familia como “nexo unificador”.

Zaldívar hace el cruce con tres hijos y un yerno. “Las mujeres (hija, madre, esposa, novias de hijos, tías y primas) se quedaron en casa, es muy duro para ellas”, sentencia convencido. Mientras, por derecha e izquierda, lo van pasando de a una. Son las 15 mujeres (13 periodistas y 2 gendarmes) de entre 20 y 65 años que completaron la expedición este año. Todo un récord. Parece que el sexo débil sólo está en la cabeza de algunos.

Laura dice que tiene ganas de ir al baño después de tres días. El médico celebra sus ganas y, sosteniendo el suero, la acompaña al baño para analizar su orina y comprobar que no haya insuficiencia renal. Laura sigue.

Anna Worslaw, periodista polaca con perfecto acento argentino y lunfardo, demuestra que, por más suero que le den de beber a sus venas, llegará hasta el final, entera. Lo mismo la productora rumana, Oriana Merdariu. Igual Magdalena, enterada de su primerizo abuelazgo en pleno cruce, haciendo campaña por la tercera edad; Belinda, la gendarme que custodia a los famosos y se gana piropos masculinos a cada paso; Verónica quien nunca pierde el buen humor; Mariel, la ex movilera de una radio porteña que cambió los Buenos Aires por otros mejores para ella en Santiago del Estero; Virginia, la guerrera de la luz que no pierde el rumbo a pura meditación; Cristina, que se levanta de sus caídas y sigue; Soledad que supera todos sus miedos metro a metro.

Todas demuestran valor y trascienden las ganas de conocer su límite. “Creo que no es necesario instalar más comodidades, porque el cruce perdería su esencia, es la gesta de San Martín, no un viaje de turismo”, dice Magdalena con convencimiento de causa.


III
Alta cocina

(“El que sabe comer, sabe esperar”)

“El viaje es distinto para cada uno, algunos lo hacen por aventura, otros por la historia, por conocer los paisajes y muchos para saber cuál es su límite”. El gendarme suelta la frase mientras sigue revolviendo la enorme olla repleta de zanahorias, papas, cebollas y charque: un desecado al sol de carne de vaca con sal; sí es vaca, a pesar de los risueños rumores de mulas y caballos desaparecidos misteriosamente después de 12 horas de cabalgar desde Las Frías hasta el segundo refugio: Ingeniero Sardinas, construido hace más de medio siglo.

También hay truchas fritas recién pescadas en el río, fideos con tuco, asado digno de la mejor parrilla de Puerto Madero, todo bien regado por el agua del gendarme: un preparado a base de vino blanco espumante con almíbar de pera o durazno.

La cocina de Gendarmería sólo necesita el marketing de esos platos de nombre exótico que no alcanzan a satisfacer ni a la novia de Popeye. Los gendarmes cocinan durante horas para abastecer al hambriento grupo en todas sus comidas diarias.


IV
Todos los fuegos, el fuego

(La fuerza del destino, ópera -con fama yetatore- de Giuseppe Verdi)

Así el cruce pasa sus días y noches. Mezclando conversaciones de desconocidos. Sabiendo que hay que seguir viaje con poco tiempo para conocerse. De 4 a 12 horas sobre el animal, según el día. Con el truco amenizando la espera y acercando a los expedicionarios en los descansos. Cansados, con dolores de espalda y rodillas por la estática posición en los estribos y el constante traqueteo del animal por terrenos escabrosos.

Relaja cabalgar libremente y hacer círculos en el aire con los pies como para apaciguar las molestias. Conversar con cualquiera o escuchar música también ayuda en los momentos en que uno se pregunta qué hace ahí.

El clima sigue jugando a favor. Muchos recuerdan la nieve y el garrotillo del año pasado como un fantasma que aún no reaparece hasta los primeros truenos que rompen la niebla. Media hora de lluvia.

“Como en todo comportamiento de grupo, hay fuertes y débiles, el hombre busca socializar, aquellos que no lo hacen se tiran a dormir, la pasan mal quizás se enferman, la cabeza es clave en el cruce”, dice uno de los tres médicos que acompañan de principio a fin la expedición.

Las noches varían pero tienen algo en común. Como en una tribu originaria, el nexo unificador es el fuego, la palabra, la música, la bebida espirituosa. El grupo se fortalece alrededor de las llamas, con la luna y las estrellas de testigos silenciosos. “La noche ayuda a relajarse después de tantas horas de andar durante el día, es clave compartir ese momento con el grupo”, explica Luis Pancho Márquez, uno de los organizadores del Cruce.

De a uno, sorben tragos de fuerza para afrontar el día siguiente. Las pocas horas de sueño se reducen aún más como en cuenta regresiva hasta el toque marcial de diana que irrumpe en la madrugada.

Resucitan junto al sol, muy despacio, cual zombies, vaso en mano, a buscar, café, té, yerbeado (mate cocido), leche en polvo, pan casero con manteca y dulce o lo que sirva para terminar de despertar y montar de nuevo hasta el próximo destino. No importan frío ni sueño. Hay que seguir.


V
Integrados
(“Nunca se entra dos veces al mismo río” - Heráclito)

Al promediar el viaje, el grupo se encuentra con otro similar. En un límite. Es el Paso de Valle Hermoso. Donde Argentina y Chile se transforman en uno. Hermanados por el viento, embanderados en abrazos, gritos, tragos compartidos, himnos que ahogan gargantas y extirpan las lágrimas de los más duros, quienes en vano intentan disimularlas detrás de lentes oscuros y bufandas.

El frío corta la piel y se mezcla con la música de Rulo Arredondo, el hombre de 62 años que año a año cruza la cordillera con guitarra y sonrisa atados a su caballo. Del otro lado, o más bien del mismo, está Juan, un chileno descendiente de Mapuches que vive en la montaña, cuya cueca se une a la chacarera de Rulo y juntos hacen bailar a una pareja a 3.500 metros sobre el nivel del mar.

Pañuelos al cielo y el viento que sigue soplando, las banderas se mezclan en el celeste azulado de arriba, una estrella con rojo y blanco de fondo, un sol amarillo, el “viva la patria”, el peronismo, su marcha, la de San Lorenzo, San Martín, O`Higgins, Gioja y la región integrada. Se arenga por el avance del Túnel de Agua Negra que unirá a ambos países. Hay 75 chilenos que llegaron para hermanarse y decir que quieren lo mismo. Detrás de ellos, seguramente, otros miles.

Se agradece la solidaridad chilena y latinoamericana por las Malvinas. El año pasado llegó hasta el mismo lugar, Shan Morgan, embajadora de Inglaterra. Este año, su país parece mala palabra. Son las cosas del tiempo. “El Cruce nunca es el mismo, cambian los tiempos, los climas, la gente, lo único que permanece intacto son las montañas, esperemos que sigan así…”. Es el deseo de uno de los protagonistas al llegar a su propio límite.


VI
Contra viento y dolores

(“No importa cuántas veces caigas, sino las veces que te levantes”)

El hombre que brega por la salud, con su salud quebrada, quiere seguir y lo logra. Algunos le dicen héroe, otros, irresponsable. “Si se moría, se iba a transformar en un capo mundial o en un boludo, según quien lo evaluara”, analiza una fuente expedicionaria que siguió de cerca el accidente de Sergio Verón, el hombre que después de caerse del caballo y romperse dos costillas, subió y bajó, medicado al por mayor, El Espinacito, una montaña de 4.700 metros, el pico más alto del viaje con el Aconcagua de testigo.

Luego de la hazaña, se desvaneció en un valle. “Acá no necesitamos héroes, queremos hombres que sigan con vida”, lo retó el gobernador sanjuanino, José Luis Gioja, paternalmente, antes de ordenar su traslado en el helicóptero oficial. Fue el primer rescate en la historia del Cruce.

Mientras, la perra todo terreno, conocida como “Conchita” se convierte en heroína a cada paso. Su apodo hizo tristemente célebre a un odontólogo que mató a sus mujeres más cercanas. Ella, en cambio, cada vez que se la nombra, lejos de atacar, mueve la cola y sigue adelante. “Si Barreda hubiera reaccionado así, se ahorraba unos cuantos quilombos”, bromea desde el caballo un periodista, mientras le saca una foto a la pequeña gran can de raza callejera que sube y baja los 4 mil metros de la Quebrada de La Honda, mientras saca la lengua como burlándose del cansancio equino y humano. “El año pasado, otra perra también llegó hasta el límite, volvió y ni se quejó. Tenemos mucho que aprender de los animales”, dice otro expedicionario experimentado.

En el grupo va Tadeo. Tiene 13 años que parecen menos, una mata enrulada de pelos castaños, ojos pícaros y veloces, una sonrisa que se cuela cada tanto y unas ganas de andar que superan a las de su padre: Julián Weich, actor y animador que divierte más a través de la pantalla que en la vida real. ¿Otra víctima del karma del cómico nacional?

“Si fuera por mí, iría y volvería a caballo, me encanta, tengo ganas de quedarme acá”, dice el chico mientras juega con la perra, acostado en plena montaña. No habla de cansancio, ni de falta de oxígeno, ni de sed. Le gusta andar y se nota. Sólo protesta cuando, después del acto en el límite, el helicóptero oficial lo regresa a casa junto a su padre, Gioja, el embajador Zaldívar, sus tres hijos y yerno. El resto (incluidas las 15 mujeres) vuelven a caballo mirando pasar el helicóptero.

De repente, la yegua del periodista se desploma. Nadie alrededor. A los diez minutos se ve un baqueano a la distancia con un caballo de más. “Estaba muy ajustada la cincha, por eso no podía respirar bien y se cansó, tranquilo ya se va a levantar”, explica. Cambio de caballo y a seguir. De eso se trata. Siempre. En eso, Blanca Cota se levanta, come unos pastos, toma agua y sigue, ya sin nadie sobre su lomo. Hasta el día siguiente.

Francisco Lahti
Periodista


Abrazo de expedicionarios al volver.


Francisco Lahti al salir de Manantiales.


F I N L A N D I A, portada

Nota:

Se ha respetado íntegramente el texto en su formato, estilo, ortografía, vocabulario y gramática originales.